I
Érase una vez un lugar llamado Tierra donde todos eran costureros. Ahí vivía un chico llamado Noah. Desde pequeño, todo lo que rodeaba al joven estaba hecho a medias. Su casa, por ejemplo, no estaba acabada, todos los objetos de la vivienda tuvieron que ser tejidos por él y su madre para poder usarlos. La casa estaba ubicada en el límite de la tierra, pero en este límite había algo raro.
Ningún lugar en la tierra era como la casa Noah pues era una especie de precipicio que no lleva a ninguna parte. Muchos habían intentado explorar el vacío, pero había una fuerza que impedía ir más allá de la casa. Esa misma fuerza no permitía a Noah y su madre terminar la fachada de la casa por lo que la mitad de sus cosas estaban sobre unas losas tejidas por ellos. Así pues y con el pasar de los años, ellos y los habitantes de la tierra se rindieron, asumiendo que las cosas tenían un statu-quo que no había que alterar.
Todas las noches Noah se acostaba en su cuarto sin fachada.  Él tenía el privilegio de poder ver las constelaciones ya que no existía barrera entre Noah y el infinito. Una vez arropado y con los ojos cerrados, el chico se ponía a pensar dónde estaría la otra mitad de sus cosas. Siempre soñaba otra tierra donde quizás existía otro chico como él, que vivía en la mitad opuesta de la casa. Otro chico que tenía todo lo que a él le faltaba. Las noches pasaron, los meses se fueron y los años transcurrieron hasta que llegó el día de su graduación. En aquel día su madre y él fueron a cenar al restaurante más ostentoso de la tierra. La vestimenta corría por cuenta del joven costurero, en ellos desplegó su inmenso talento y creatividad. Fueron los trajes más hermosos de la tierra.
Al llegar a la casa, detectó unos cambios en la morada; los parches que ellos había tejidos no estaban y en su lugar estaban los bordados que siempre faltaron. Era como si la casa se hubiera terminado de construir. Al entrar a su cuarto encontró que algunos elementos ya estaban completos y para su sorpresa uno de ellos era un portarretratos que solía tener una imagen cortada a la mitad, en la que a Noah lo abrazaba alguien. Él siempre pensó que era su madre o algún vecino, pero esa noche vio que era alguien que nunca había en su vida pero que le resultaba familiar. Noah y su madre se fueron a dormir, ya era muy tarde para investigar con los vecinos.
En la madrugada un ruido lo despierta; su cuarto ya no es el mismo de antes, ya tiene cerramiento y lo único que ve es un aura diamantina. El ente se presenta como San Pedro y le dice que en los cielos requieren de su ayuda. El joven no entiende nada, no entiende que es el Cielo o la cosa que está en frente de él. Noah piensa que es un sueño, pero no puede despertarse. San Pedro le explica que la tierra es un tapete que no ha sido terminado y necesitan del mejor costurero para acabarlo. Noah acepta ir a los cielos con la condición de que Candelario le dé información sobre la imagen restaurada en el portarretrato.

II
El caos se está apoderando del cielo. Dios está ausente y todos están ansiosos con el desenlace del tapete llamado Tierra. Los habitantes del cielo no pueden observar lo que pasa en la tierra, están aburrido y necesitan entretención. Todos en el cielo están impaciente, Dios tiene que retomar los hilos y seguir tejiendo la tierra, el espectáculo debe seguir. Las miradas se dirigen a San Pedro, quien en un intento de calmar los ánimos toma el telar, pero fracasa viendo en Noah, la salvación para restaurar el equilibrio.
Una vez en el cielo, Noah le muestra a San Pedro el portarretratos y le pregunta por aquel hombre que lo está abrazando. San Pedro le responde que su padre siempre existió, pero dado que Dios no terminó el tapete, las cosas en la tierra no están completas, como su padre. Él debió existir, pero hace falta que sea bordado al tejido. Al oír esta explicación Noah sabe que pudo haber tenido una infancia normal, una casa normal y un padre como cualquier otro habitante de la tierra, pero eso le fue arrebatado por la pereza de Dios. El corazón de Noah se encogió por la rabia y frustración, negándose a tomar el telar de los cielos.
San Pedro le suplica a Noah que termine el tapete; si la tierra sigue inacabada los habitantes del cielo destruirían el telar y la tierra como él la conoce dejaría de existir. Sin opción alguna Noah se instala en el telar; todo el universo lo está observando ansioso por saber cómo va a terminar la Tierra. Noah cierra los ojos e imagina cómo le hubiera gustado vivir en la tierra. El chico puede deshacer y volver a tejer toda la tierra a su antojo. De repente, Noah empieza a tejer y con gran talento y originalidad, empieza a terminar la tierra con hermosos bordados llenos de color y excelente terminación, con si supiera donde va cada hilo. Al terminar Noah es expulsado de los cielos. El equilibrio ha sido restaurado.
III
Un nuevo día en la tierra, una tierra ahora completa, pero nada cambió para Noah. El chico no quiso cambiarle nada a su casa y su vida. Su padre seguía ausente y su casa incompleta. Cuando tuvo la aguja de los cielos en sus manos pudo haber cambiado todas las reglas de la tierra, pudo ser un rey, un millonario, pero no quiso nada de eso. Cuando cerró los ojos recordó aquella cena de graduación, él y su madre con los trajes más bellos que se habían visto en la tierra. Su creatividad y originalidad se la debe a la manera como ha vivido todos estos años y eso él no lo cambiaría por nada del mundo. Él sabía que cambiar cualquier hilo hecho por dios movería los bordados y cambiaría el orden actual de la tierra.

Pero ¿qué es la felicidad salvo la simple armonía entre una persona y la vida que lleva?
                               Albert Camus

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